Cuando pregunto por la infancia, y mis pacientes se sumergen en su recuerdo, es frecuente encontrarme con respuestas del tipo:
-“Mi mamá siempre se preocupaba de cocinar y de ayudarme con las tareas, pero no era de piel, no recuerdo que me haya dado nunca un beso de buenas noches…”
-“Nosotros no éramos de abrazos, como que si eso pasaba nos poníamos incomodos”
-“Cada día soy más cariñosa con mi hijo… ahora me sale más natural, pero al comienzo me costó”
-“He tenido que aprender a respetarme a mi misma. Es que nadie me enseño a relacionarme y a querer a mi cuerpo”
Nuestros modelos familiares habitualmente no nos enseñan a ser amorosos, y a transmitir afecto desde y con el cuerpo, sino más bien desde la acción. Nos compraban las cosas que nos gustaban cuando nos sacábamos buenas notas. Pero en general hay poco con-tacto afectivo.
Pensar en nuestras infancias, en la manera en como fuimos cuidados, en cómo nos hacían saber que nos querían, en como nos sentíamos al estar con cada una de las personas de nuestra familia y de nuestro entorno, etc, nos ayuda a tener perspectiva y consciencia de lo transmitido y de su impacto en nuestro yo actual. Nos ayuda a visualizar aquello que estamos repitiendo en nuestras interacciones cotidianas. Nos ayuda a no criar (tanto) en piloto automático y a construir, poco a poco, un nueva manera de ser, con una misma y con los demás en la que el afecto tenga más protagonismo.
En psicoterapia siempre jugamos con los tiempos. Nos vamos al pasado. Recorremos nuestra psicobiografía. Intentamos resignificarla. Volvemos al presente para comprender la repercusión de nuestra historia. Para conectar con nuestros recursos. Miramos hacia el futuro, buscando nuevas ventanas de oportunidad hacia el bienestar emocional y relacional.
Te invito a viajar en tu historia… ayuda saber de donde venimos, como estamos ahora y hacia donde queremos ir… Para eso estamos todas quienes trabajamos con el alma y sus andanzas…
Un abrazo,
Nico