No hablar. Llevar la fiesta en paz. Dar vuelta la página. No cagar la onda…
•“Es que en mi familia no se hablaba de lo que nos pasaba”
•“Nadie me preguntaba porque tenía mala cara”
•“Yo sabía que si algo malo había pasado era mejor hacerme la loca”
•“Es que nadie me ha enseñado a sentarme a conversar. No se como se hace”
•“No se bien ni lo que siento, menos puedo contarle a otro lo que me pasa”
•“No quiero que mi hij@ crezca en una casa en donde solo se habla de lo lindo y fácil…”
Es cierto que no hablar a veces es más sencillo que poner el conflicto sobre la mesa, pero es un parche sobre la herida, una solución al corto plazo, que tarde o temprano dejamos de ser capaces de sostener. Porque el conflicto siempre aparece. O alguien de pronto se descontrola. O los secretos a voces se destapan. O alguien se enferma, se deprime, estalla en crisis de angustia…
Hablar e intentar elaborar el conflicto cuesta. Porque implica poner el hombro. Pero a mi parecer, integrar el conflicto a nuestra experiencia cotidiana, y hacerlo parte de lo que conversamos con nuestros cercanos, es la única manera para comprender que pasó, escuchar otros puntos de vista, buscar otras maneras de afrontar la tensión, buscar otras maneras de resolverla y finalmente de perdonar…
Muchas veces el trabajo en psicoterapia tiene que ver con ser capaces de ampliar la mirada e identificar esos patrones relacionales, esos modelos que aprendimos en nuestra infancia, y desde allí, desde ese lugar de mujer adulta, tomar decisiones con mayor perspectiva, consciencia y presencia…
Autoconocimiento, transmisiones transgeneracionales, que repetir y que no y por sobre todo…. encontrar el momento para expresar, dialogar, narrar, elaborar, co-construir, integrar…
Un abrazo,
Nico